21/10/10

Un buen año

Hubo una temporada en la que solía ir al centro comercial de las afueras a fingir desmayos.

Mentiría si dijera que aquel fue un buen año, pero fue divertido. Sé que a más de uno le resultará bastante escatológico pero, realmente, era de las pocas cosas que uno podía hacer para pasar las tardes de verano sin perder la cordura.
Me tiraba un buen rato merodeando por alguna de las franquicias textiles más conocidas del país, echaba un vistazo a las camisas de temporada y luego me caía redondo al suelo. Así de sencillo. Normalmente alguna dependienta bonita de dudoso nivel cultural acudía rápidamente pidiendo ayuda. Otras veces, tardaban un buen rato en encontrarme, ya que los pantalones colgados tapaban mi cuerpo yaciente.
Recuerdo que lo peor de todo era el primer tortazo. Incluso hubo un par de ocasiones en que me echaron un vaso de agua a la cara. En una de esas, el agua me entró por la nariz provocándome algo parecido a una tos y estornudo simultáneos. Pero en definitiva, la idea era esa; tenia que aguantar bastante tiempo, si no, sinceramente, aquello no tenía tanta gracia. Había que crear un clima lo suficientemente tenso como para que mi ridículo plan trascendiera mínimamente. Tras unos largos minutos, abría los ojos y me levantaba levemente aturdido, mirando los rostros de las ancianas y extranjeros. Decía que no hacia falta llamar a una ambulancia, que me encontraba bien. Luego pedía disculpas, daba las gracias y me iba tranquilamente.

También solía coger muchos autobuses, aquellos días.
Siempre me sentaba cerca de alguna chica guapa y, durante el trayecto, fingía tener conversaciones muy airadas por el teléfono móvil. Una ruptura sentimental, una discusión con un amigo cercano, desencuentros empresariales con socios… todo aquello se me daba bien ya que, normalmente, la chica me dedicaba una valiosa mirada más cercana al respeto que al miedo. El problema surgía si recibía una llamada mientras, supuestamente, yo estaba hablando al aparato. Era una situación crucial, sí. Pero tenía cierta destreza para salvar los papeles alegando que la conexión se había cortado y justo después había recibido la otra llamada. Lo más curioso de todo es que una de esas chicas que estaban sentadas en el autobús oyendo mis falsas discusiones telefónicas era una de las dependientas que me había auxiliado en la tienda de ropa semanas antes. La próxima vez que me la encuentre, seguro que acabará enamorándose de mi.

Otra de las cosas que recuerdo son las entrevistas de trabajo. Empleaba las noches en redactar curriculums falsos. Auténticas obras de arte: Restaurador con enfermedad terminal, director de marketing con años de experiencia en multinacional india, profesor de francés judío en paro, ingeniero de caminos padre soltero. Tenía muchos y muy distintos, por eso cada dos semanas solía recibía una llamada de alguna empresa interesada. Pude llegar a ser director de marketing de una conocida multinacional de zapatillas y ni siquiera firmé el contrato. No creo que eso lo pueda decir mucha gente.

Las semanas se hacían eternas, por eso, cuando me aburría, iba a las oficinas del ayuntamiento a poner quejas sobre situaciones que no se daban o sobre imperfecciones urbanísticas que no existían como tales. En la Calle Central hay una baldosa mal puesta donde la gente mayor se tropieza. En la esquina del Bar Oeste todas las noches hay peleas de sudamericanos. Cosas así. Por supuesto, mandé una queja escrita a los asuntos sociales por haber sido rechazado en una academia de idiomas sólo por ser judío.

Pero lo que mas me gustaba era levantarme bien temprano, ponerme el traje e ir al banco a pedir un préstamo. No un préstamo cualquiera, sino un préstamo desproporcionadamente caro. Cien millones de euros.
La cosa no salió ya que no tenía aval. De hecho, tampoco tenía trabajo. Ahora que lo pienso, tuve que haber firmado aquel contrato con la multinacional de zapatillas.

Ya dije al principio que, aunque fuera divertido, siendo fieles a la realidad, no fue un buen año.


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3 comentarios:

  1. Yo de joven solía fingir que estaba embarazada,me encantaba escuchar los comentarios de la gente en el autobús:"Pobrecita, tan joven".. muchas veces la gente me cedía su asiento en el metro y casi nunca tenía que hacer colas en los bancos o restaurantes.Ahora espero un hijo de verdad, pero ya viajo en metro, gestiono mis cuentas por internet y ya no como en restaurantes masificados.

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  2. lo de que te suene el movil a la vez es cosa mia no? :)

    me ha encantado

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