15/2/11

Cosas que luego serían importantes

Cuando tenía nueve años, en el colegio, los chicos de varias clases teníamos que hacer un belén de plastilina para Navidad. Cada alumno debía elegir una de las figuras típicas: un pastor, el niño Jesús, los reyes magos… y así. De entre todas las figuras, los profesores elegirían las que finalmente compondrían el flamante belén del colegio, que iban a colocar, como todos los años, en el salón de actos. Para mí y para los chicos de mi clase, ese era el primer año que participábamos en la competición. Habíamos oído hablar de ella a nuestros hermanos mayores y conocíamos su trascendencia. Pero también aprendimos, siendo tan jóvenes, como funcionaba el asunto.
Era el escenario donde las élites infantiles se batían en duelo entre ellas. Los más estudiosos parecían no tener demasiada maña con eso de las proporciones, los colores y los volúmenes, pero aun así se esforzaban como el que más. De hecho, casi todas las figuras de éstos acababan siendo finalmente elegidas. También era la oportunidad de oro para los chicos solitarios y talentosos con las manos para hacerse un hueco entre los más prometedores infantes. Volviendo a lo importante, el caso es que los chicos de mi clase se decantaron por las figuras protagonistas. Ya se sabe; el niño Jesús, la Virgen, el Ángel Gabriel... Yo, por otro lado, me incliné por un camello. Uno de los camellos de los Reyes de Oriente. El caso es que a nadie más en todo el colegio se le había ocurrido tallar un camello, así que escogieron mi animal prácticamente, imagino, sin valorar lo logrado o no de mi pequeña creación. No era un camello especialmente bonito, pero tenía cierta gracia. Además era el único que había.
Durante una semana, mi camello estuvo en el belén del colegio. Siendo fieles a la realidad, en proporción, mi camello era visiblemente más grande que el resto de las figuras. Pero estaba ahí, ridículo y a la vez orgulloso, restando de una manera inquietante protagonismo a las figuras hechas por los chicos mas populares y enchufados.
Lo que quiero decir es que a veces es bueno recordar que uno, hace ya muchos años, talló un animal en plastilina que formó parte de un mosaico de símbolos en los que ya no cree demasiado, pero que le hizo sentir algo muy parecido a lo que siente la gente que es, o que fue, durante un tiempo, mejor que el resto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario