8/4/11

Adiós, capitán

Conocí a José Luís Zúñiga hace casi cuatro años. Las primeras redes sociales de música nos pusieron en contacto. Sí, antes, en las redes sociales no había ciberacoso, ni la gente se suicidaba. Esa telaraña extraña nos atrapó a unos cuantos que, por al aquel entonces, teníamos esa necesidad casi púber de demostrarle al mundo lo que éramos capaces de hacer. Nos atrapó y nos unió, pues compartíamos mucho más de lo que creíamos compartir en aquel momento. Éramos distintos, sí; pero nos unía cierta rabia rupturista. Nosotros sólo éramos una respuesta. El origen de nuestras motivaciones podría ser bien distinto, no importaba, en el fondo, porque al final se materializó en un río que corría en la misma dirección. Un extraño y violento río.

En ese punto de tiempo y espacio, algunos de nosotros llegábamos por primera vez a pisar ese suelo de la capital, ingenuos y brillantes, como si acaso fuera un campo todavía por abonar. Otros llevaban ya algunos años peleándose en las esquinas, ganándose el pan, equivocándose y rectificando, formando parte ya de la máquina del mundo real, del mundo comprobado. José Luís en cambio volvía.

Volvía de la muerte. Si me apuráis, volvía de cierta muerte más cercana a lo real que a lo simbólico. Volvía con un saco enorme repleto de significados y largos veranos. Volvían él y su eterno regreso. Volvían él y su mirada de arrugas, en el fondo más limpia y tersa que la nuestra. Y al principio no entendíamos demasiado en qué consistía todo aquello. Él había estado ya allí, muchos años antes y, por razones que no alcanzábamos a comprender, volvía, incandescentemente joven, para enseñarnos (conscientemente, estoy seguro) que las heridas y los sueños tienen exactamente el mismo peso en la balanza.

Hace unos días que se fue. Esta vez para siempre. Pero quién sabe. Quizá un día vuelva para hacernos comprender otras muchas cosas, muchos años después. Ay, qué vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario