17/9/10

El Impuesto sobre el Valor Añadido

Estaba empezando a apretar
y yo no tenía paraguas.

El caso es que
me crucé con una chica
que estaba
entrando en su portal
y tampoco tenía paraguas.

Pero tenía una bolsa de plástico
(de esas que dan
en los supermercados).

La estaba usando
como improvisado paraguas
y como,
lógicamente,
ya no la necesitaba,
me la ofreció
(muy amablamente)
cuando nuestras miradas
se cruzaron.

Yo me puse
un poco contento
e hice todo el camino de vuelta a casa
con la bolsa puesta
en la cabeza.

Lo cierto
es que aun así se me mojó
el pelo,
pero mucho menos
que si no hubiera tenido
ese trozo de plástico
blanco
a modo de sombrero.

Cuando llegué a casa
me quité la bolsa de la cabeza,
besé a mi madre,
estuve un rato trabajando en mis asuntos,
atendí al cartero
e hice algunas otras cosas
de similiar magnitud.

Cuando llegó mi padre
nos sentamos los tres
a la mesa
para comer.

Y cuando habíamos terminado
el primer plato,

mi padre me miró
fijamente.

Muy fijamente.

Y al cabo de unos segundos
me preguntó
por qué tenía
un ticket de la compra
en la cabeza.



Lo que quiero decir
es que
siempre que alguien
hace algo bueno por ti
luego
te
encuentras
la
factura.


.

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